martes, 18 de mayo de 2010

TAMBORES DE PIEDRA

Instantes antes de sumergirse en lo que parecía iba a ser una pena infinita, sintió extrañeza de su yo desventrado y se mostró más afectado que de costumbre por el reconocimiento de su propia pequeñez. La pena en cuestión llegó en brazos de la sombra de una sombra que cruzó por la cercanía de su rostro recordándole de esta forma la gran mentira del mundo. La tal mentira consistía en afirmar que todas las imágenes son mentiras, tan mentira al menos como la ausencia de imágenes. En fin, lo único cierto es que, instantes antes de sumergirse en lo que parecía iba a ser una pena infinita, el lío era descomunal y una luna ingrávida se alzó sobre los restos de lo que pareciera una cortina negra azulada salpicada de remaches caprichosos. Una vez consumada la inmersión del sujeto en la pena infinita, el blanco de sus ojos desapareció convirtiendo sus cuencas en negros cristales que reflejaban con rigor lo que se le venía encima a este animal de bellota con máscara de rostro humano. En su cabeza resonaban lejanos tambores de piedra.

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