Recuerdo con exactitud aquellas palabras teñidas de leyenda que salmodiaban extensas relaciones numéricas en las que se daba cumplida cuenta del registro de los vivos y de los muertos. Los infiernos estaban llenos hasta el décimo sexto círculo, y en lo que a los vivos se refiere podemos decir que nadie oyó el ruido del último estertor, y eso aún a pesar de que los pájaros, los grillos y hasta el propio viento enmudecieron sus habituales chanzas y sonajeros. Las desdichas de la tierra parecían infinitas y el amor, todo el amor, sólo el amor y nada más que el amor, se refugiaba en las salas de espera de los aeropuertos. Imposible obviar el hecho de que fueron moldeados con arcilla.
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