La presencia contenida de sus párpados le condenaba a un bochorno descomunal, lo que a su vez generaba en el potencial durmiente emociones inexplicables. Esa era la idea. Más o menos esa era la idea. Necesitado como estaba de vivir vidas que no le habían sido dadas vivir, posó los restos del día sobre la mesilla de noche y cerró los ojos con fuerza para intentar huir de la escombrera en la que se acumulaban las montañas de horas inútilmente malgastadas. Al borde de la escombrera había un abismo, y más del abismo estaba el incuestionable discurso de un sol roto reflejado en el espejo. Esa era la idea. Más o menos esa era la idea.
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