A medio camino entre la fama y la notoriedad, creía vivir en una encrucijada de caminos, de ahí su mirada inquieta y suspicaz. En realidad, lo único que ocurría es que en ese barrio todos los tenderos tenían un cierto aire malévolo. Por el contrario, aún no sabía que era viuda, y sin embargo lo era, y todo gracias a un par de matones que acababan de sentar cabeza de su ínclito sobre una pila de estiércol.
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