Soporoso y olvidadizo, me acurruqué en mi cabeza como si fuera una butaca. Deshaciendo humedades y tinieblas, a modo de polvo de estrellas, la luz caía desde lo alto de las cristaleras. Miré hacia abajo y la vi cruzar la sombra hasta desvanecerse en ella. Creo que fue su primera inmersión en el abismo de la locura. Fue allí donde conoció al ángel con ojos de perejil y donde puso su firma en el libro de los muertos.
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