Bajo los cielos de alquitrán las almas que vagaban sin dueño se le rendían gustosas, y tal cosa ocurría así porque a medida que olvidaba sus pasos ganaban en sabiduría. Besaba de puro gusto, sin realizar para ello evaluación alguna sobre los méritos de quien los recibía, y tenía por costumbre morderse la voz antes de emerger irreconocible después de cada silencio.
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