De costumbres disipadas, tenía la mala suerte de pertenecer al club de los que pagan sus pecados en este mundo y no en el otro, y eso aún a pesar de que las cosas del más allá las percibía con pasmosa claridad. Pero ni por esas. La tormenta que sacudía su cuerpo cada vez que veía a esa mujer le impedía moverse con seguridad entre las sombras del más acá. Sólo un descuido en la vigilancia del creador podría salvarle.
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