Lo descompuesto de su aspecto lo decía todo. Escuchaba detenidamente un sonido que provenía de sí mismo, de un perro malo que habitaba en su interior y que con una voz seca y glacial parecía recrearse en un gruñido permanente. Lo haría. Si tuviera que escribir una crónica de las tinieblas, hablaría primero de las suyas, y huiría de nuevo en busca de un lugar donde aún se veneren las almas.
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