Me hablaron hoy de unos hombres que fueron hombres alquilados, cráneos comedores de sardinas, y que ahora no son sino muertos viejos removiéndose inquietos al más mínimo contacto con la humedad. A estos hombres también les agarró la desilusión, me dicen, y la amoratada sonoridad del viento se llenó de sus adioses.
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