Decepcionaba todo lo que tocaba, y aún todo aquello que, sin tocar, le servía de contexto. Decepcionaba al aire y a las sombras, a las magdalenas diurnas y ala nocturna luz en la que leía los decepcionados libros que caían en sus manos. Decepcionaba al sillón del mediodía y a cualesquiera labios que, decepcionados, se acercaban a las suyos. Por decepcionar, decepcionó hasta a la muerte.
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