Verdugo de sí mismo, habitó no sin tristeza el corazón de la piedra, y desde ahí jugó a morir, que es a lo que juegan todos los monos de última generación, y a huir de la penumbra saltando al otro lado del espejo. Desde su piedra bañada de sol negro veía abrirse los mares y el crujir de la arena en su iris, y escuchaba el susurro de los gritos embarazados de un silencio que parecía no tener edad.
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