Recluidas en herméticos botones a modo de bohíos, y convalecientes aún después del último arrebol, las almas enfermas padecen desmayos cuando mastican los sonidos. Enfiestada, la última tarde no da para más, y una eterna danza de imponderable transparencia cruza como un rayo sobre mi conciencia. Lo digo ya, y no es propaganda: el blanco sabe dulce.
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