Tan rico era el estercolero de aquél amor, que se abandonó en él. Evadido por fin de todo, se propuso ser todo, enajenadamente todo, y todo en una especie de embeleso feliz. Avanzó y avanzó hasta que, tembloroso y con la boca fuera, llegó al centro mismo de todo lo que está consumado. Allí le esperaba el abismo, y debajo del abismo la conciencia clara de que la máxima expresión de profundidad residía en su piel.
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