El logarítmico oleaje de desinencias necesarias para pronunciar su nombre nada pudo hacer por apaciguar su ira. Murieron todos. Aquél que jamás discutió sobre el pomo de la puerta o el diseño de las cortinas, ese también murió. Con pulcra trascendencia, repleto de abalorios con sabor a sulfato de cofre, ya llegó donde debía. Y por eso sigue estando muerto.
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