Notaba cómo en la corteza del pecho se le oxidaba la voluntad, de forma que decidió refugiarse en su alcoba marina y convertir la tarde en líquida. Cerró bien los ojos y pensó en su ubre de redondez hemisférica, pero no hubo forma: en ausencia de su amada, todos los edenes aparecían mutilados. Así las cosas, la aciaga, enmohecida y narcótica lágrima no tardó en hacer acto de aparición.
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