El estanco, la taberna, la funeraria, la salchichería…toda la arquitectura del vivir pasaba delante de sus ojos hasta que furtiva, como ladrón en la noche, llegó su última hora. Puso fin a la andadera, sentose, y durante los sesenta minutos postreros desfilaron por su cabeza pensamientos inconexos a modo de disfraz transparente, restos de ignorancia, y un eructo incomprensible que, ineluctablemente, fue escuchado.
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