Confió sus secretos y prestó juramentos a la lengua en vez a la inteligencia, y esa fue su perdición. La luna supo de su belleza, pero su voluntad dejó de ser suya y los gusanos se entretuvieron con la comidilla del corre ve y dile. Quizás les parezca algo exagerado, pero lo cierto es que llegó un momento en aquel pueblo en el que hasta el aire mordía y los huesos se entretenían en rasgar su mortaja de silencio.
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