Nunca se llegó a descubrir qué buscaba el uno en aquél rostro de piel apergaminada que solía utilizar el otro. Ambos robaban y ahorraban, por ese orden, con el fin de conseguir aquellos objetos que se suelen utilizar para vivir. Y ambos coincidían en que sus célebres mentes cogedoras de conceptos resultaron sobrecogedoramente frías a la hora de amar.
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