Duerme con las manos en alto, como rendido ante un invasor con alma de Morpheo, y se agita inquieto entre sueños de zarzas y erizos. Por fin, el aullido onírico del hierro resoplando en sus orejas pudo traspasar los goterones de inmundicias y las espumas de latitud lunar que las taponaban. Con todo y eso, no me van a creer si les digo que despertó sudoroso pero con una sonrisa de oceánica dulzura que se adueñó de la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario