En paralelo a su soledad, también su resaca iba en aumento, y de sus famosas pupilas de acero apenas si quedaba ya un ligero regusto a orujo insomne. La poesía hacía mucho que le abandonó, y rara vez se esforzaba por penetrar en el alma de las cosas. Los poderes del verbo le habían traicionado y recién entonces cayó en la cuenta de lo baboso e impuro de su proceder para consigo mismo.
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