Sus dos ojos, instalados en la cumbre de la colina, vigilaban el necesario girar del mundo. Pertenecían a una mujer que pensaba más de lo que decía y que en ese preciso instante estaba prediciendo el día y la hora en la que la vida quedaría en manos del azar. Todo el vano ya que sólo los insectos sobrevivieron a la plaga de estupidez con altas dosis radioactivas de la que fueron víctimas.
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