Fueron tantos y tantos los pequeños pasmos que fue acumulando su corazón, que un buen día todo él se quedó pasmado. Nada del otro mundo. Allí donde se intercambian los sorbos de vida, y sin más pala que su propio brazo, enterró un par de estrellas rojizas y varios planetas desvencijados. Se piensa que todo fue indoloro, pero vaya usted a saber.
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