Con la cerviz tatuada y el cuerpo desnudo, una mujer miraba entre
boquiabierta y perpleja la colección de pastelitos de todo tipo y condición que
se mostraban en las vitrinas de la única pastelería del barrio. Recuerdo que
era verano y que, más o menos de la misma forma, entre boquiabiertos y
perplejos, aunque algo más trasudados, se encontraban algunos parroquianos que
tuvieron la fortuna de pasar aquel día, en aquella hora, por aquel lugar, y
pudieron advertir la estampa de esa mujer que contemplaba con deleite los
suaves y apetecibles dulces.
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