Su cuerpo le pedía con sistemática periodicidad la ingestión de
ciertas dosis de comida basura. Eso era todo. Esta noche, al salir del
comedero, el cielo seguía cubierto y, como si en esos precisos instantes una
lluvia de diminutos espejos se estuviera posando sobre su cabeza, en sus ojos helados se derretían en silencio
infinitas imágenes del ser distinto que hubiera querido ser. Como ven, nada del
otro mundo.
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