Encalló
su carcajada en la siesta del olvido y de la falsa cerveza. Hasta ahí todo
bien. Los problemas vinieron después, cuando los augurios de la noche se
tornaron blancos, las sombras extraviadas se transmutaron en desvelos que
confundían al pájaro, y llovieron los crisantemos. Aquello no hubo forma de
pararlo de modo que, envuelta en un camisón de insomnios, se propuso no parar
hasta descifrar el origen de esa lluvia de misterios que inundaba sus pupilas.
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