domingo, 1 de noviembre de 2015

LA MONJA


Piadosa y obediente a partes iguales, su presencia en las reuniones de la Orden tenía la virtud de provocar sensaciones complejas que bien podrían agruparse bajo el nombre de deleite. O eso al menos le parecía a quien hacía las veces de mantenedor general del convento, que no era sino un humilde carpintero con buen gusto y mucha maña. El caso es que gracias a esta monja, y sin haber cruzado con ella jamás palabra alguna, este hombre tuvo acceso a conceptos refinados y complejos tales como lo sublime y el placer desinteresado. Un día hubo en que la cosa llegó a mayores y, en la cumbre misma de la percepción estética, llegó a sentir algo parecido al estremecimiento moral.

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