Piadosa y obediente a partes iguales, su presencia en las
reuniones de la Orden tenía la virtud de provocar sensaciones complejas que
bien podrían agruparse bajo el nombre de deleite. O eso al menos le parecía a
quien hacía las veces de mantenedor general del convento, que no era sino un
humilde carpintero con buen gusto y mucha maña. El caso es que gracias a esta
monja, y sin haber cruzado con ella jamás palabra alguna, este hombre tuvo
acceso a conceptos refinados y complejos tales como lo sublime y el placer
desinteresado. Un día hubo en que la cosa llegó a mayores y, en la cumbre misma
de la percepción estética, llegó a sentir algo parecido al estremecimiento
moral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario