Si fueran otros los tiempos no me
importaría, créanme, echarme una larga cabezadita, una más, y dejarme mecer
hasta las tantas por las estrictas leyes del sueño. Pero no es posible. Las
cosas siempre pueden estar peor de lo que están, y es más que probable que, a
estas horas, ni la fragancia del mejillón melancólico ni los garabatos que
reinan en la pizarra puedan redimir la rigidez de la palabra bajo el sol, que
bien mirado no es sino la parte más visible de su mortaja. Debo despertar ya no
sea que la razón más obvia, esa que nunca busco, acabe imponiendo de nuevo su
verdad.
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