De un violento manotazo dispersó un racimo de estrellas blanquecinas con aspecto de vasijas hechas de arena de mar y aire. Luego no hubo forma de volver a juntarlas. Más tarde pensó en la muerte, en una muerte dulce y hermosa, y en la imagen de un clérigo confesor que no sabía ni edades ni de muerte. Luego salió a la calle y en aquellos ojos de mujer le pareció descubrir una botella con el mapa de un tesoro.
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