Con el cuajo y la pachorra propia de los bueyes, caminaba este buen hombre rumiando entre sus cascos cosas que ninguno de los Ptolomeos llegarían nunca a imaginar. Se trataba de cosas que para descargo de su conciencia debiera decir él, y sobre las que un servidor no va a soltar prenda. Lo más que puedo adelantar, y ahí me quedo, es que el señor en cuestión iba riendo cuentas sobre su pasada y mala vida.
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