Dicen algunos físicos y boticarios que la saciedad aminora las atrocidades. Como fuere, éste no fue el caso. En realidad su lujuria fue breve, ya que todo se redujo a un pecado contra la luz consistente en una preñez sin goce. El cielo sobre su cabeza era más transparente que de costumbre, y ni que decir tiene que ella, para rematar y poner fin así al cúmulo de horas vividas, hubiera deseado otra cosa.
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