Si la sirena sonaba una vez, era la hora entera; cuando sonaba dos veces, era la media. En aquel batey la sal mataba a la llama, y era así, pito a pito, como los hombres mataban el tiempo y quemaban la caña. El guachimán del lugar, seco y algo amojamado, achacaba su mala ventura con las mujeres precisamente a una mala gestión del tiempo, y no a su aspecto de muerto viviente.
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