Desde las cumbres de una locura cierta e irremediable, hasta la más profunda de las estupideces, esas que se esconden en los abismos del querer, subía y bajaba su espíritu como si de una feria macabra se tratara. Además, sentía sus tripas cantarinas en exceso y las carnes y los cerebros como embotados. Para colmo de males, en la casa de locos del pueblo ya no admitían solicitudes. Mal verano, dijo para sus adentros.
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