Decían de él que tenía vacíos los aposentos de la cabeza, pero exageraban. Lo cierto es que aquel año las nubes habían negado el agua a la tierra, y eso le hacía cavilar con cierta lentitud y sequedad de miras. Esa mañana, mirando su rostro en el espejo, lo primero que vio fue el pecado; sólo un buen rato después pudo apreciar vestigios claros de deseo.
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