Mezcla extraña de esperanza y duda, aquél hombre aprendió a andar por encima de las aguas. Más que avanzar, ponía un pie tras otro dejándose llevar por el vaivén de las olas, el ir y venir de las causas y los efectos, y el perfume de la sal. No perseguía. No reclamaba. No imitaba. Sólo respiraba, para retirarse luego a descansar a la sombra de las algas.
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