Fruto como era de un sarmiento congelado, no podía evitar estremecerse cuando la luz oblicua del sol rozaba unas pupilas, las suyas, que a modo de vacilantes eclipses oscilaban entre lo superfluo y lo necesario. Siempre solo, siempre enfadado, interpretaba sus sombríos sueños tratando de convertir las imágenes en unos códigos que le condujeran, si no a la salida, sí al menos a la risa.
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