Apenas si inquilino tolerado en su propio ser, no tenía buena opinión de sí mismo. Quizás su oficio de vendedor ambulante de artículos para la higiene del alma, y el hecho de haber cruzado el ecuador de los años que se nos suelen otorgar, lograsen explicar en parte ese barniz de pesimismo y derrota con el que se desayunaba todos los días. Una tarde perdió la paciencia, y ya no pudo perder más.
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