Tiempo al tiempo, dijo, y dejó al tiempo que hiciera de las suyas. Con el tiempo y sin apuro, pudo ver tanto a contentos como a afligidos despeñarse por los barrancos de la simplicidad, y los sintió perdidos en un mar de maldiciones repletos de panes, sudores y frentes. El día que siguió a la noche del reencuentro, y sin más desayuno que el viento que sopla, se refugió con ellos allí donde las tristezas tienen fácil asiento, y esperó.
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