Necesitaba volver del exilio. Y mientras tanto, mientras volvía o no volvía, retiraba de un rincón de su jardín treinta y tres piedras, treinta y tres señoras piedras, y las volvía a dejar en otro rincón, al lado del porche. Este trajín le ayudaba a comenzar el día. Y así todos los días, uno tras otro todos los días, desde el día aquél en que consiguió convertir su hogar en una hipoteca.
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