Las cosas que salían de sus bocas, además de espantosas, resultaron tener cierta importancia. Los sábados, por ejemplo, sus bocas escupían palabras, y los viejos y enjutos patriarcas se veían en la tesitura de tener que exprimir hasta la última gota de vino para olvidarlas y olvidarse de sí hasta el día siguiente. Olvidadas las palabras, sus corazones infestados de gusanos les agradecían esos lapsus de mudez amnésica bombeando con fuerza bilis de buena calidad. Y así hasta el próximo sábado.
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