Tuvo que desandar todo lo andado, noches incluidas, para llegar a disfrutar apenas si de un pálido reflejo de lo que fue su vida en aquel sedentario vientre que le prestó cobijo y le alimentó. El alivio fue momentáneo. Al rato, la sed volvió por sus fueros, las hambres arreciaron por donde solían, y las caricias no terminaban de llegar para sofocar tanta necesidad de ser querido.
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