Las órbitas de sus ojos dibujaban extrañas elipses en torno a su nariz, pero de su nariz mejor no hablar. Con todo, el mayor asombro surgía al comprobar el inigualable tedio y la increíble cantidad de tiempos muertos que había logrado acumular alrededor de su invertebrada existencia. Por no quedar no quedaban ni restos de sueños.
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