La consciencia de aquel yo, inmerso en lo que podríamos denominar
una unidad de vida de orden superior, se desplazaba por los pasillos del
Institut Pasteur de París cualquiera diría que como Pedro por su casa. Mirado
de cerca, destacaban en su cara unos incisivos más adelantados de lo que
debieran debido a un problema de diseño en su prótesis dental. Analizado más de
cerca aún, podíamos decir que este súper yo, que se balanceaba en precario
equilibrio por el laboratorio con un exceso de voluptuosidad y alguna que otra
arcada debido a la demasía en la ingesta de alcohol, andaba en realidad en la
búsqueda ni más ni menos que del caldo primordial, esa mezcla milagrosa en el
cual tenía lugar el nacimiento de lo orgánico a partir de lo inorgánico. En
honor a la verdad hay que decir que, en la botella de ron haitiano de la que
dieron buena cuenta el citado yo y tres auxiliares de laboratorio más, no
encontraron resto alguno del citado caldo primordial, pero hubo muchas risas y que
aquel fracaso científico no afectó en absoluto a la buena opinión que ya tenían
de ese otro caldo haitiano.
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