Mi nariz es un botón, la nave acaba de despegar, y un puñado de
soles trajinan por el espacio sin límites. Eso sucede en mi cabeza. Afuera las
cosas no están mejor: la luz repercute sobre las espinosas hojas de un pino,
pero es ella la que perece una vez más en su desigual combate contra las
inclemencias. Así las cosas, y conociendo como conozco al creador, es probable
que en la madrugada el teléfono se niegue a dar la hora y que los pájaros se
ahuyenten al escuchar mi risa. Cosas que pasan, diría Larralde.
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