El proceso de alienación había llegado a su cumbre hasta que
finalmente se percató de lo que evidente:
él ya no era él. Calmo aun sin llegar al extremo de la calma chicha, y
mudo, ciego y sordo como bien pudiera estarlo cualquier “shakiro”, lo que se
conoce como mundo aparecía ante él como un mal decorado, como una broma de mal
gusto. Un viernes cualquiera, consumido por el tiempo pero sin deseo de morir, encontró
entre las sábanas lo que sería su último placer consciente.
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