Así como las gallinas se abalanzan sobre los granos y más que
masticarlos los engullen para luego cagarlos sin dejar por eso de seguir
tragando todo lo que cae en el radio de acción de su cuello exacto y meticuloso,
así mismo se embuchaba sus dolores la fiera que sin memoria esparcía los granos
por el corral mientras se miraba –todo lo miraba- con ojos de fatiga inmensa. En
ese gallinero nadie tenía ni pretendía tener razón alguna, y eso aportaba mucha
tranquilidad.
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