No discutía la mayor: sí, el miedo forma parte de la vida, pero lo
cierto es que a él tanto miedo le venía muy grande. Era como una danza
inarmónica y solitaria en la que predominaba el recelo a lo otros, los ojos sin
edad, el desasosiego ante tanto cordero y ante los cuidados de los lobos que
acompañan a los corderos. Los vendedores de dioses, aquellos que se crecen ante
la duda ajena, se relamían al mirarle.
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