Bajo los efectos de cincuenta vatios de luz cutre y macilenta hay
que decir que, dependiendo de para quién y cómo, la atmósfera, esa capa gaseosa
que rodea al bombillo, puede llegar a resultar irrespirable. En aquellos
estratos cercanos al techo algunos gases nobles, pongamos que la tristeza y la
vacuidad, resultan especialmente atraídos por la gravedad del cuerpo en
cuestión sobre todo si, como era el caso, la atmósfera de aquel cuerpo resulta
profunda y sugerente. Según la autopsia, la presión que llegó a soportar
aquella cabeza el día de autos resultaba equivalente a noventa atmósferas
terrestres, que es como si su cabeza –y aun su corazón- volviera de vacío
después de disfrutar un largo paseo por Venus.
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