Por más que ingería todos los purgantes y venenos que le recetaban,
no lograba quitarse de encima esa galbana y ese abatimiento que, tras haberse
adueñado de él, parecían haberse convertido en parte intrínseca de su ser. Los
últimos mil días habían transcurrido con el mismo guión: Apenas si dormía
durante la noche hasta que finalmente se levantaba e iba a la cocina, sólo para
comprobar que allí tampoco pasaba nada.
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