A las antenas parabólicas apenas si llegan ya parábolas, y las que
llegan lo hacen en unas condiciones lamentables. La última que llegó estaba
húmeda, chorreando penalidades por todos lados, dolorida como por el efecto de
mil agujas y con la cara tiznada porque dizque la perseguía un humo negro que
atravesaba la nube. Su cara representaba una sección cónica de una
excentricidad mayúscula y tenia la fea costumbre de vocearse a sí misma desde
la otra punta de su propia vida, que es como decir desde en un lugar de otro
mundo. Sólo se tranquilizó cuando el ámbar diplomático se adentró en su
gaznate, y al fin pudo contarme esto que les cuento.
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