Por fin creía haber descubierto una teoría que explicaba las
dinámicas profundas que tenía lugar en la barra de aquel garito. En esencia, lo
que pudo observar durante las largas noches de estudio en las que se desarrolló
el trabajo de campo fue lo siguiente: resulta que, más o menos a la misma
velocidad con la que crecen las uñas de las manos, unas pieles procedentes de
origen continental y repletas de desesperación friccionaban con otras de origen
oceánico que adoptaban forma de melancolía líquida. Pues bien, era el choque de
unas capas con otras lo que explicaba las caras, los fallos, las fallas y hasta
los terremotos que podían intuirse en las almas de todos los parroquianos que
tenían la dicha –algunos- o la desdicha –los más- de asistir a aquel acontecimiento
geológico.
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